Es preocupante, y mucho, que Francia, país de acogida, nación de fraternidad, igualdad y libertad, revolucionaria y cuna de los derechos ciudadanos, haya iniciado en los últimos años una deriva hacia posiciones xenófobas y claramente racistas, que chocan con lo que ha sido su historia reciente, bien es cierto que con algunas periodos excepcionales, como en canallesco régimen pro-nazi de Vichy.
Expulsar a unas centenas de gitanos y devolverlos a su país de origen -Rumanía- ha sido el último, por ahora, acto fascistoide de Nicolás Sarzkozy, un arribista grotesco y peligroso que ocupa el Elíseo para desgracia de Francia.
Pero, sería de inocentes llamarnos a engaño. Lo que sucede en Francia, no es más que el reflejo de una actitud generalizada, que ya otros, como el pos fascista Silvio Berlusconi hizo en Italia hace algún tiempo. No se trata de un excepción, sino de la regla.
Y aún agrava la cuestión, que, en la mayor parte de esos países, existe una opinión muy amplia predispuesta a dar apoyo a estas actuaciones. Evidentemente, España, no es una excepción, lo que pasa es que el problema de la inmigración no tiene todavía las características de otros países europeos, Pero ya han existido casos muy preocupantes..
Da la impresión de que las actitudes “contundentes”, como la de Sarkozy, “criticada” hoy por el Consejo de Europa, tienen buena acogida entre los ciudadanos que podríamos llamar “corrientes”. ¿Por qué? Muy sencillo, por miedo, por desinformación, por comodidad.
La crisis económica, además de las consecuencias de desempleo y regresión generalizada de derechos sociales que ha traído para la mayor parte de los ciudadanos, ha tenido un efecto multiplicador en el miedo a perder parte de ese llamado estado del bienestar. Y, en esas condiciones, el inmigrante, es la primera víctima.
La xenofobia latente despierta y la potencia de nuevo el hecho de que, en definitiva se trata de extranjeros, que además no han sido llamados por nadie y en muchos casos crean un clima de inseguridad ciudadana.
Este discurso ha sido atizado por organizaciones de extrema derecha, evidentemente no sólo en Francia, sino también en el Reino Unido, posiblemente con más intensidad, en Italia, en España , en Alemania, Holanda, Austria etc. De hecho en cada elección los partidos partidarios de acabar con la presencia de extranjeros van logrando cada vez más representación. Han llegado a participar en gobiernos.
Lla derecha “civilizada” poco a poco va a haciendo suyo ese discurso para no perder posiciones y verse obligada, lo que por otro lado no le costaría demasiado trabajo, a pactar con las organizaciones de extrema derecha o claramente xenófobas. Todo con tal de mantener las riendas.
Pero, también es preocupante es que también cierta izquierda está empezando a contagiarse de ese discurso y, con el pretexto de la crisis, sucumbe a la tentación de acabar de un tajo con la presencia de extranjeros mediante pocedimientos legales muy discutibles.
Terrible error que se puede pagar muy caro, porque la defensa de los derechos de los ciudadanos, sea su origen el que sea, está por encima de cualquier otra consideración. Es verdad que hay que lograr evitar situaciones de alegalidad, de marginalidad, de injusticia, y por supuesto de delincuencia más o menos organizada, pero esto no se logra con expulsiones masivas.
No se puede dar carta de naturaleza a la opinión de que la inmigración equivale a delincuencia, a inseguridad, o a pérdida de derechos de los “nacionales”, que nos quita puestos en las guarderías o en la sanidad. Esa opinión, cada vez más extendida, es el caldo de cultivo que algunos necesitan para llegar, antes o después, a las expulsiones como las ocurridas en Francia.
La solución es lograr que los países de donde proceden esos inmigrantes tengan un nivel de vida lo suficientemente bueno y digno para que nadie se vea impelido a tener que abandonarlos para ganarse la vida. Esa sí es una buena solución.