Hungría, ese bello país del centro de Europa, ha sufrido el asalto de una marea roja. No se trata de la vuelta de los temibles comunistas al poder, no. Es un accidente ecológico de terribles consecuencias -uno más- causado por una empresa, llamada MAL, cuyos vertidos tóxicos han anegado dos ciudades, han provocado hasta ahora cuatro muertos, centenares de heridos y destrozos por millones de euros.
Da verdadero pavor pensar que estas cosas puedan suceder, pero ocurren. Ahora, evidentemente, todo serán lamentaciones, estudios, disculpas e, incluso, es posible que ruede alguna cabeza. Todo ello es a todas luces insuficiente porque lo verdaderamente importante es la prevención.
Pero, insisto, seguro que la UE se vuelca en ayudas, pagaderas en cómodos plazos, con Hungría. Para eso el accidente ha ocurrido a poco más de una hora de vuelo de Berlín, en un país de la civilizada Europa.
Otra cosa sería si las víctimas fueran de la India, como ha sucedido con el caso de Bhopal cuando se perdieron 42 toneladas de isocianato de metilo que han costado 25.000 muertos y afectó a otras 600.000 personas y que ha supuesto una sentencia de dos años de cárcel para siete directivos de la Union Carbide, empresa cuya negligencia manifiesta provocó el desastre, y 8.900 euros de multa.
Pero, para el caso, la situación es la misma, salvando las consecuencias numéricas evidentemente. Nos encontramos una vez más ante la negligencia más absoluta, frente a la impunidad más desoladora de las empresas frente a los ciudadanos. Vemos la indiferencia de las autoridades, cuando no su complicidad manifiesta.
El caso del barro tóxico de Hungría no es el primero. España, sin ir más lejos, en Aznalcóllar, Rumanía en Baia Mare son dos buenos ejemplos de lo que digo. Allí también las consecuencias de la falta de escrúpulos empresariales fueron dramáticas. Y hay mucho más.
¿Se hace algo? Muy poco, porque de lo contrario no nos encentraríamos con estas catástrofes de consecuencias muy duraderas cada dos por tres. Todo suele quedar en declaraciones y buenas intenciones.
Me temo que los intereses empresariales son demasiado fuertes y hacen tanta presión que la UE, siempre tan escrupulosa en algunas cuestiones, en este tema tiene manga ancha.