Hace ya varios años que las manifestaciones del primero de mayo se han convertido en una especie de romería como la que hacemos en mi pueblo a la ermita allá por abril; una jornada de carácter festivo. Una manifestación en las que las reivindicaciones, con un colofón en forma de discurso institucional, tiene un mero aspecto formal. Es triste, pero es evidente.
La verdad es que la desmovilización de los trabajadores se ha ido agigantando a lo largo de estos últimos años por diversos motivos, entre los que la falta de “gancho” de las organizaciones sindicales no es un tema menor.
En las condiciones de hoy, con un desempleo que afecta ya a más del 20 por ciento de la población activa y en un país donde 1,3 millones de familias tienen a todos su integrantes sin trabajo, algo que debería sonrojar al gobiernillo de ZP, este día tendría que haberse convertido, más que en festivo, en una jornada de lucha y de advertencia.
Pero la realidad, queridos amigos, es muy distinta. Los sindicatos están paralizados y confunden la responsabilidad -necesaria- ante la crisis, con la inacción ante la misma.
Una asistencia masiva, que no quedara en la simple participación sino en la demostración de que se está dispuesto a la defensa de los derechos de los trabajadores, habría dado que pensar al gobiernillo y la patronal.
Pero no. Posiblemente, algunos líderes creen, equivocados, que mantenerse a la expectativa, esperar a ver qué pasa, e intentar llegar a un pacto con personajes de la calaña de Gerardo Díaz Ferrán puede ser suficiente para salir adelante.
Ciertamente que lo será, pero no para los asalariados, aquellos a quienes dicen representar. Será la salida para los que no han hecho nada por evitar este desastre (el gobiernillo) y para los que se han enriquecido más todavía con ella (la banca y sus secuaces).
Los sindicatos son hoy, y desde hace muchos años, parte del sistema. No son en absoluto independientes porque viven del dinero del estado, es decir del esfuerzo de los contribuyentes, y se han alejado paulatinamente de la realidad de los trabajadores. Vencidos por la burocracia y el estatalismo. Algunos parece que se sienten cómodos en ese papel.
Demasiados sindicalistas se han vuelto profesionales de la representación y están “liberados” para poder dedicarse a defender mejor los derechos de sus compañeros. No es esto lo únco que se podría esperar de ellos.
La consecuencia de todo esto es el alejamiento de los trabajadores de las organizaciones sindicales. El nivel de afiliación es muy bajo y la militancia, el compromiso, han sido sustituidos por la pertenencia testimonial para beneficiarse de los servicios jurídicos en caso de necesidad.
Hoy, uno de mayo, las manifestadores no habrán asustado ni al gobiernillo ni a la patronal. Hoy, de nuevo, se ha perdido una oportunidad de demostrar que se está dispuesto a defender lo que tanto ha costado conseguir. Hoy, otra vez, la movilización ha sido tan escasa que no ha llegado las 150.000 personas en toda España.
Pero, tal vez, sea más inteligente y seguro que más útil, no preocuparse el pasado y si preparar el futuro. Quizá sea la hora de ir pensando en la necesidad de un sindicalismo nuevo. Es muy posible que, como algunas organizaciones políticas, los sindicatos necesiten una seria refundación.