sábado, enero 16, 2010

UN PERSONAJE DEPLORABLE

En todas las profesiones hay personas indignas de su ejercicio. Hay malos docentes, deplorables periodistas, abogados corruptos y médicos lamentables. Con esta afirmación no descubro -ni lo pretendo- nada nuevo.

Por lo tanto, el curato, que, al tomar la forma de organización corporativa, hace del supuesto servicio a los demás, una forma de subsistencia, un modus vivendi, se convierte automáticamente en profesión por la que se percibe un salario.

Una función que no está exenta de que haya elementos deshonrosos que, con su actitud , provocan un rechazo generalizado que, en muchas ocasiones, se extrapola a toda la profesión. Puede ser injusto, pero también inevitable.

Pero, incluso así, hay algunos personajes que por su especial repugnancia nos causan una zozobra especial, un sentimiento de rechazo que, aún en la caso de que estemos normalmente dispuestos a admitir el error humano como inherente a cualquier actividad, y ello nos lleve a la compresión y el perdón, no nos es posible pasar por alto.

Hace unos días el recién nombrado de Donosti, un tal munilla (lo escribo así deliberadamente), hizo unas declaraciones a la cadena SER que han provocado un rechazo absoluto de la mayoría, sin que por ahora, al menos que yo sepa, la Conferencia Episcopal Española, la patronal del curato, le haya rectificado públicamente, con lo que debemos entender que da por buenas sus afirmaciones.

Este tipejo, cuyo perecido físico con el genocida Adolf Eichmann es evidente, ha tenido la desvergüenza de minimizar el terrible sufrimiento de los haitianos, cuidadnos de uno de los países más pobres del mundo, victimas de años de represión, de dictaduras y de abandono, porque para él es mucho más importante los que considera el “descarriamiento” de la sociedad. Es una comparación infame.

La igualación es tan cruel, tal dolorosa y tan falta de caridad, en el sentido cristiano de amor al prójimo, que revela en ese munilla una maldad que la hace indigno de ser, no ya miembro de la Iglesia Católica, de la que ya tan poco se puede esperar en España, sino incluso de cualquier sociedad civilizada.

Este personaje es indigno de sus feligreses y no es, no lo puede ser, casualidad, que casi un 80 por ciento de los curas guipuzcoanos hayan rechazado su nombramiento al frente de esa diócesis. Poco tiempo ha tardado este fascista en demostrar que los temores estaban justificados.

Normalmente me tienen sin cuidado las opiniones de la Conferencia Episcopal Española. Hace tiempo que me parece una institución que denigra más que otra cosa al conjunto de la propia Iglesia y, además, hace mucho más tiempo que abandoné conscientemente el catolicismo. Precisamente, entre otras cosas, a causa de personajes como munilla.

Pero, pese a eso, hay actos, y las palabras lo son, que por la relevancia de quien las dice, merecen una reprobación pública por la gravedad de su contenido. Este es uno de esos casos y, lamentablemente, vamos a ser testigos de que para la jerarquía católica española es mucho más importante la pretendida inmoralidad que nos invade que la muerte de 100.000 inocentes.

Es duro lo que voy de escribir, y me hago único responsable de ello, pero tengo la impresión que el parecido entre munilla y el genocida Eichmann, no queda sólo en lo físico.





lunes, enero 11, 2010

LAS LEYES NO BASTAN

Creo que las sociedades desarrolladas, tanto por lo que respecta a su sistema democrático formal, como a sus valores cívicos, no necesitan leyes ni tribunales especiales que regulen la convivencia normal de los ciudadanos porque, éstos, tendrán un grado de cultura social que hará innecesarias más leyes de las estrictamente precisas.

Se me podrá objetar que esta reflexión supone la existencia una república idílica, un poco al estilo de Juan Jacobo Rousseau pero, en todo caso, este es modelo al que debemos dirigirnos y no conformarnos con sucedáneos.

Por tanto, y en línea con lo expuesto creo que la Ley contra la violencia de Género, cuyo nombre ya me produce cierto temor, y sobre cuya constitucionalidad me quedan serias reservas es, por definición, superflua y sencillamente un “regalo” que se hace a determinados colectivos para lograr votos. Puede parecer una opinión montaraz pero me da la impresión de que no me alejo demasiado de lo cierto.

En 2009, 55 mujeres murieron víctimas de la violencia y del terror. En este año ya han sido asesinadas dos más.

Ciertamente se me podrá aducir, no sin cierta razón, que la existencia de una ley específica que proteja a las mujeres ha evitado (y estaría por demostrar) que el terrorismo que se ejerce sobre ellas ha disminuido. Puede ser aunque, al carecer de datos fiables, no estoy en condiciones de negarlo, pero tampoco otros pueden darlo como una verdad irrefutable.

Pero, en todo caso, aún si admito esa posibilidad, estaré dando más fuerza a mis argumentos, porque, lo que se demostrará con ello, es que, al igual que la retirada de puntos del carné de conducir parece que ha reducido la cifra de accidentes, la ley de violencia de género ha reducido los maltratos, únicamente como consecuencia del miedo y no del convencimiento. ¿Es ese el objetivo?

Parece que sólo como resultado del temor, y a veces ni siquiera eso, se habría conseguido esa reducción. Es decir, nos conformamos con una disminución de la cifra de víctimas pero no atacamos en absoluto la esencia del problema que es la existencia de una “cultura” de la violencia profundamente arraigada.

Y quien es violento, al margen de quién o qué sea su objetivo, lo será en todos los aspectos de su vida: lo será con su pareja, con sus hijos, en el trabajo, en política, conduciendo, en un espectáculo deportivo o sencillamente incluso en la forma de expresarse.

Puede ser que en unos casos se limite a la agresividad verbal y en otros llegue, desgraciadamente, al asesinato den su pareja, de un indigente, de un perro… pero en fondo del problema, con los matices lógicos, es el mismo.

La respuesta eficaz es hacer un esfuerzo supremo para inculcar, desde de la venida al mundo del sujeto, el rechazo más absoluto a la violencia como recurso aceptable dentro del sistema de valores personal y colectivo de los ciudadanos.

Sencillamente hay que proscribir la intimidación, el terror, decir claramente que no hay violencia justa y que sólo en el caso de que haya que usarla en defensa propia se podrá actuar con contundencia pero siempre sin ir más allá de lo que es la ajustada y estricta protección de uno mismo. Esto tiene que llegar a convertirse en un axioma.

Los valores de la igualdad, de respeto a las personas y a la naturaleza, el civismo, la solidaridad, el rechazo absoluto a ideas que fomenten o inciten al odio, la xenofobia, la discriminación, la eliminación de la competividad desaforada son, deben ser necesariamente, la base sobre la que debemos trabajar para eliminar para siempre cualquier tipo de agresividad.

Sólo así conseguiremos erradicar, sin necesidad de más leyes, esta lacra inmunda que es la violencia en cualquiera de sus géneros y sean quienes sean los afectados por la misma.

Entre tanto, tristemente, quizá sea necesario acudir a las sanciones específicas pero siempre con la idea clara de que deben ser sólo, y por el menor tiempo posible, un recurso meramente transitorio y jamás un fin en si mismas. Lo contrario es admitir la barbarie.