Somos
muchos los que asistimos estos últimos días, con gran preocupación, a los
acontecimientos de Rivas Vaciamadrid, donde el gobierno municipal de Izquierda
Unida ha entrado en una profunda crisis como consecuencia de una posible inadmisible
gestión de la Empresa Municipal de la Vivienda y que ocasiona una “terremoto” político donde no han faltado ceses decididos por el
alcalde que está enfrentado a su organización.
A la
gravedad del asunto, la presunta corrupción en sí misma, hay que sumar que afecta
al que ha sido durante años en ayuntamiento ejemplar de la gestión de Izquierda
Unida en la Comunidad de Madrid; un tipo de gobierno que servía de ejemplo para
otros y que demostraba que, desde la
Izquierda, se podía combinar la participación democrática ciudadana y buena
gestión. De hecho, esta gestión ha tenido un soporte abrumador con una mayoría
muy por encima de lo que corresponde la Asamblea local.
Surge
necesariamente la duda: ¿Ponen estos hechos en cuestión el modelo? La respuesta
es compleja y no puede ser categórica pero, lo que si es cierto, es que algo ha
fallado cuando parece que no se ha detectado a tiempo lo que estaba ocurriendo.
Se nos
dirá con razón que las corruptelas, cuya existencia deberá ser dirimida en los
tribunales, son obra de personas a título individual pero, a veces, determinado tipo de gestión es más proclive a facilitar conductas reprochables
y, por tanto, se debe extremar la
vigilancia.
Esto no
supone en absoluto que el modelo sea malo y haya que liquidarlo, como
seguramente se pretenderá desde otros ámbitos, sino que se ha detectado una imperfección que corregir de inmediato y con
firmeza.
Parece
claro que no es tarea sencilla porque quienes deberían empezar por dar ejemplo,
una vez más, se aferran al cargo y torpedean con su actitud la resolución
política del problema, tal y como corresponde a su compromiso con una
organización y con la ciudadanía.
Pero, esta crisis, tiene otras consecuencias sobre las que
convendría reflexionar: por un lado está en cuestión la autonomía del gobierno
municipal respecto de la organización que lo sustenta y de otro, vinculado al primero, la capacidad de la organización para
intervenir en cuestiones de la gestión municipal. Dos temas que me parecen
importantes.
Sobre
la primera cuestión debo decir que los gobiernos de los ayuntamientos deben tener
suficiente autonomía respecto de quienes orgánicamente los sustentan por una
razón que creo de sentido común.
La
gestión de estos gobiernos, en esta fase de la democracia, se hace para todos
los ciudadanos y no solo para los que han apoyado en un momento concreto un
programa determinado. Es evidente que, incluso cuando se goza da una
gran mayoría, como es el caso, no todos los apoyos provienen de militantes
activos, afiliados o simpatizantes de la organización que gobierna. Muchos
prestan su apoyo coyunturalmente.
Y,
sobre todo, creo que la gestión del municipio no debe estar sujeta a las
posibles desavenencias, por decirlo de una forma suave, que puedan afectar a la
organización, porque ello causaría un
serio problema de gobierno a todos en general, como se ha demostrado
históricamente.
Pero ¿qué
pasa si es al revés?, es decir, ¿si es el propio equipo gestor el que entra en
una seria crisis que afecta a la gobernanza y la pone en serio riesgo de
paralización?
Resulta
evidente, en mi opinión, que la organización tiene el deber de intervenir de forma
rápida, clara y contundente para que los ciudadanos sepan desde el primer
instante cuál es su posición, qué se va a hacer y para que les quede
meridianamente diáfano que se va a defender el programa electoral en el que
confiaron que debe ser el primero de los objetivos. Este es un deber
inexcusable.
Sería
osado pensar que todo el apoyo electoral se debe solo a un programa. Sabemos de
sobra que los nombres, las personas elegibles, tienen un peso significativo a la hora de
tomar la decisión por parte de los electores. Pero esto no debe de ser óbice ni
cortapisa para poner blanco sobre negro y explicar todo claramente con las
consecuencias que tenga que, desde luego en caso alguno, no van a ser buenas.
Sin
embargo, la alternativa es aún mucho mayor: la decepción, el descrédito y la
utilización de estos dos factores por quienes quieren aprovechar hechos muy
concretos para arrasar con la gestión desde la Izquierda.
*Evidentemente estas reflexiones las hago a título meramente personal y representan únicamente mi posición frente a este problema, sin que quieran ser nada más.