viernes, julio 17, 2009

LA MOROSIDAD DA MIEDO


Se ha dicho siempre que el dinero es miedoso y que, en épocas de incertidumbre, se esconde cauteloso para reaparecer después cuando la tormenta ha pasado y la calma impera nuevamente. Pero, ¿y el no-dinero o la dependencia de otros para tener dinero?

Estaba acabando mis patatas con pollo, cuando en las noticias de TVE han comentado una que me ha dejado inicialmente preocupado. Resulta que la morosidad, es decir, el dinero que se debe y no se puede pagar, llega ya al 4,56 por ciento el total de las deudas, lo que supone un 13 por ciento más que hace un año, la cifra más alta desde 1986.
¡Vaya por Dios!, he pensado mientras untaba un poco de pan en la salsa que quedaba en el plato, esto si que es una mala noticia, porque estoy convencido de que los que no pueden pagar lo pasan muy mal, pero que muy mal. La mayoría de quienes que piden un crédito tiene la voluntad de devolverlo en los plazos fijados, eso es seguro y, por tanto, muy mal tienen que ir las cosas para dejar de pagar. Ese es, en muchos casos, el último extremo.
Pero también me he imaginado que otros muchos se han alegrado de tal noticia, aunque con la boca pequeña digan lo contrario. ¿Quiénes?. Pues muy fácil: la banca.

Para los banqueros la morosidad es un problema, cierto, pero en las cifras que hay en España es un problema menor. El verdadero problema lo tienen los morosos que ven como llegan los recibos de las hipotecas, de los créditos o de lo que sea, y no tienen con qué hacer frente a ese pago. Y aquí es donde radica uno de los problemas.

La mayoría de esos morosos, que no desean serlo, son pequeñas empresas, alguna de tipo medio y familias. También hay alguna empresa grande pero, éstas, resuelven el problema de otra forma. Recurren al concurso de acreedores, lo que antes se llamaba suspensión de pagos, se nombre un administrador por parte de un juzgado y, antes o después, se suele llegar a un acuerdo, en el que todos salen beneficiados. Como las deudas suelen ser muy altas los bancos prefieren no perderlo todo y pactar paga cobrar.

Pero, para ese otro resto, las familias y las pymes, la negociación con el banco resulta mucho más complicada y eso los bancos lo saben. Por eso les aprietan las clavijas al máximo y es frecuente oír que alguna persona ha sido expulsada de su casa, en aplicación de la Ley, a causa de que ha dejado de pagar. El banco se queda con la casa y la puede vender.

Bien, pero supongamos que después de muchas conversaciones, negociaciones, idas y venidas, ruegos y más ruegos, se consigue que el banco se avenga a aplazar el pago de la deuda y el director de la sucursal te diga: “bueno ya me lo pagará cuando pueda” y veremos la forma de ampliar el plazo. ¡Que maravilla! Porque estamos salvados.

Nos volvemos a nuestra oficina o a nuestra casa contentos y agradecidos por la generosidad del banco. y pensando la suerte que hemos tenido de poder lograr ese aplazamiento hasta que las cosas nos empiecen a ir mejor.

Pues no señores, no. El banco lo único que ha hecho es alargar nuestra dependencia de él, con lo que nos sigue teniendo en sus manos y claro, eso nos vuelve, no voy a decir miedosos pero si cautelosos y en el fondo enemigos de cualquier cambio que pueda alterar nuestra situación. Nada de experimentos izquierdistas que hablan de más impuestos, porque eso desanima a las grandes empresas que se irán a otro lado y resulta que son mis compradores, nada de reformas fiscales, porque espantarán a las grandes fortunas que crean puestos de trabajo, nada de vigilar el precio de la vivienda, porque si sube, eso quiere decir que las cosas van bien y habrá más facilidad para conseguir préstamos. Así que con morosos o sin morosos, la banca siempre gana.

En fin, lo dicho, el dinero será miedoso, pero la dependencia de otros para tenerlo, también nos vuelve miedosos.



jueves, julio 16, 2009

LOS BROTES VERDES

Hay un anhelo generalizado de que la crisis pase cuanto antes, de que la actividad económica se recupere y, con ella, la normalidad alterada por una serie de acontecimientos que han perturbado profundamente la vida de millones de personas en casi todo el mundo; quiebras millonarias, despidos masivos, falta de dinero para las empresas y los particulares, cierre de empresas, bajada generalizada de precios ante la caída de la demanda, han sido como un cataclismo colosal en nuestro tranquilo mundo occidental

Por tanto, parece lógico ese deseo. A nadie la gusta vivir en la incertidumbre, en el desasosiego que produce en nuestros ánimos no saber con exactitud qué es lo que nos espera y si, finalmente, nos traerá algún problema que hace dos años era inimaginable.

La situación es especialmente dura para los que ya padecen las consecuencias de esa crisis y han perdido su puesto de trabajo e, incluso muchos hasta su vivienda. Es una situación injusta porque todos ellos no son los que han provocado directamente la crisis. Por tanto, esperan la pronta mejoría con la esperanza de recuperar parte de lo perdido.

De ahí que, por todas partes, surjan los famosos brotes verdes, una especie de espejismo que pretende de alguna forma hacernos creer que, en el desierto de la crisis, se ve ya próximo un oasis donde poder saciar nuestra sed.

Tal vez por ello, se pregunta muy a menudo a los ministros, a los banqueros, a los economistas y a todo aquel que es un experto, real o imaginario, cuándo va a finalizar la crisis y se va a recuperar la economía.

Algunos, prudentes, sólo se atreven a dar una respuesta aproximada. Otros, más osados, hablan de fechas muy concretas y, además, son capaces de pronosticar hasta con cifras muy precisas cuanto y como se recuperará cada uno.

Yo también deseo que acabe cuanto antes esta crisis, pero me pregunto a menudo qué se entiende por la recuperación de la economía. Si lo que yo quiero es lo mismo que, con matices, quieren los demás.

Porque me asombra que se pueda pensar ni siquiera en que se vea esa recuperación como una vuelta a las barbaridades del pasado, como cuando se habla, por ejemplo, de la recuperación del sector de la construcción. Y, sin embargo, cada vez parece que ese es el deseo casi generalizado.

¿Hemos de entender, entonces, que hay que volver a la especulación inmobiliaria, a una subida generalizada de los precios de los pisos, a endeudar a las familias por 30 ó 40 años para pagar una hipoteca que les cuesta de media más del 40 por ciento de su salario? ¿Es esto lo que se entiende por recuperación?

No quiero creer que estemos tan asimilados por el sistema, como para aceptar como buena la lógica capitalista, que reconoce la existencia cíclica de las crisis como algo inevitable y, es más, su necesidad para que el mercado, esa especie de dios perfecto que todo lo regula, se ajuste ante los desfases que este régimen de producción crea.

Antes la cuestión se solucionaba con una guerra general, en la que la catástrofe era de tal magnitud, que se aseguraba para muchas decenas de años la colocación de los nuevos productos. Los vencedores los podían imponer a los vencidos y al precio que ellos marcaban.

Pero, ahora, una guerra en esa línea, es impensable porque las consecuencias pueden ser efectivamente catastróficas, pero esta vez, de forma definitiva. Y las guerras locales no sirven para colocar la producción excedente. Nadie piensa que los países que hoy están en guerra puedan ser receptores de las mercancías sobrantes que se producen. No son, por tanto, mercados, salvo para los vendedores de armas.

Pero, dentro de esa misma lógica capitalista, hay una cuestión que se repite en cada una de estas crisis, ya sea de exceso de producción o financiera, como parece que es esta.

Muchos van a salir fortalecidos y van a hacerse aún más poderosos con los despojos que han ido apareciendo, y van a aparecer, en el camino de la deseada recuperación. Los gobiernos han protegido mucho a los grandes y muy poco a los pequeños que se verán abocados, ahogados por la falta de dinero, de crédito y con su producción estancada, a negociar en condiciones de inferioridad total con aquellos que pueden imponer su ley y dictar el cómo y cuando de su salvación. Lo vamos a ver muy pronto en los procesos de fusiones que se van a dar en todo el mundo.

Y esos procesos, que nos van a vender como salvadores, se van a llevar por delante a miles de personas que pasarán a engrosar las listas de los prejubilados o de los despedidos, aunque, eso sí, podrán estar contentos porque finalmente la crisis ha terminado y hay brotes verdad en cada esquina. Al tiempo.

miércoles, julio 15, 2009

ERRARE HUMANUM EST, SED IN ERRORE PRESERVARE DEMENTIA

Nada va a devolver la vida a Rayán. Es ahora el tiempo de la consolación y no el de urdir extrañas venganzas públicas para culpar al eslabón más débil y, de esta forma, tranquilzar conciencias propias y opiniones ajenas.


He querido, deliberadamente, tal y como he Escrito en Ciberculturalia, ese maravilloso blog de Carmen, dejar pasar el tiempo suficiente para poder analizar y después escribir con calma, sobre el trágico suceso que ha afectado a un recién nacido de 15 días fallecido como consecuencia de un trágico error hospitalario. Hijo, además, de un ciudadana muerta 15 días antes.

No querría en absoluto escribir algo que pudiera sonar a panfletario o, como también ha señalado algún comentarista del blog citado, a utilización política de este suceso, lo que no impide que los políticos deban pedir responsabilidades unos y asumirlas, cuando corresponde, otros.

Será por tanto, a terceros a quienes corresponda la petición de los débitos a las que hubiere lugar, y deberán hacerlo con sosiego y talento, para que no parezca una vendetta que sólo se lleve por delante a algún capitoste cuya sustitución por otro puede no servir para evitar un nuevo error de este tipo

Huelga decir que toda actividad humana está sujeta al error, y que la labor médica no es una excepción. Los médicos, los enfermeros, pueden equivocarse en un diagnostico, hacer mal una intervención quirúrgica, o desacertar en un tratamiento sin que por ello tenga necesariamente que existir dolo o negligencia. Sencillamente hay un fallo.

Pero, aun así, el error de consecuencias a veces catastróficas, como en el caso que nos ocupa, tiene que tener unos efectos para evitar que se vuelva a producir, porque no se pueden achacar a hechos fortuitos, sino a causas objetivas. Un hecho fortuito es imprevisible, un mal diagnóstico es un error que posiblemente se podría haber evitado.

Porque, fundamentalmente, la trágica equivocación que se ha dado en el caso de Rayán sólo puede deberse a tras causas esenciales:

En primer lugar, la enfermera encargada de la vigilancia de esos pacientes podría ser descuidada, negligente y tener poco interés por su trabajo y, como consecuencia de ello, éstos se encontraban en una situación de peligro potencial.

En este caso, la responsabilidad última correspondería, además de a la propia causante del daño, a quienes la nombraron para ese puesto y, o bien no detectaron ese desinterés, o detectándolo, no hicieron nada por subsanarlo.

Lo lógico habría sido separar de inmediato a esa mal profesional a un lugar donde su actividad fuera menos lesiva, como podría ser la toma de temperatura o de la tensión de los enfermos y, si persiste en su actitud, prescindir definitivamente de ella.

Otra posibilidad es que la mencionada profesional tuviera escasos conocimientos y una preparación deficiente para asumir un trabajo tan importante . En este caso, aunque por razones muy diferentes, la solución habría sido exactamente la misma, hasta que alcanzase la necesaria experiencia para atender a unos enfermos tan especiales. Aquí también los responsables de mantenerla en su puesto son los últimos responsables de lo sucedido. Pero ya sólo ellos.

Y, en tercer lugar, que existan condiciones objetivas que, descartadas las dos hipótesis anteriores, es decir ni el descuido ni la insuficiente preparación, propicien la posibilidad de cometer un error de tan funestas consecuencias.

Un horario continuado excesivo y sin descanso, escasez de personal para atender la planta, falta de supervisores que garanticen los procesos más delicados, masificación del centro, falta de personal cualificado en general o de medios técnicos en particular. Es decir cualquier motivo externo y ajeno a la voluntad de los profesionales implicados en este desastre.

Y es aquí, sin duda alguna, donde las responsabilidades alcanzan una mayor gravedad, porque eso ya no es un problema puntual de un mal profesional o escasamente formado, sino la consecuencia de una actitud indeseable en lo que debe ser la gestión de un centro hospitalario y esto si tiene responsables directos que deben asumirlas sin más dilación. Esta si es una cuestión política.

Quiero, finalmente, decir que también me pongo en la piel de la profesional causante involuntaria, de eso no me cabe casi duda alguna, de esta tragedia que va a tener que cargar toda su vida con un hecho del que posiblemente sea protagonista contra su deseo.

lunes, julio 13, 2009

LAS SERPIENTES DE VERANO

Seguro que alguno se acuerda. Eran las llamadas "serpientes de verano" y, claro, no tenían nada que ver con los ofídios.



El caso Gürtel (correa en alemán) tiene todas las papeletas para acabar convertido en una autentico culebrón, uno de esos asuntos que antaño, y siempre en verano, a falta de noticias, servían a los periódicos para ir tirando, llenar páginas y que recibían el curioso nombre de “serpientes de verano”.

Desde luego eran otros tiempos. El que el país, y el paisanaje, se paralizaba casi por completo y como no había globalización lo que pasaba fuera no nos importaba demasiado. Si, eran otros tiempos.

Pero ahora, los diarios ya no quieren serpientes veraniegas, ya no se conforman con llenar sus páginas con cualquier cotilleo. Ahora se toman las cosas un poco más en serio y, cuando menos te lo esperas te salen una mañana, con una trama, una corrupción, una cacería comprometedora o un lío de dinero oculto en algún paraíso fiscal

El caso es que el asunto Gürtel, tiene morbo. Aparecen nombres de presidentes, consejeros, diputados, alcaldes y hasta ¡un sastre!, que encima tiene nombre de Torero. Así que tenemos todos los ingredientes para escribir el guión de una tragicomedia,

Lo malo es que esto es mucho más serio de lo que parece y no debería el Partido Popular, tan estricto con las faltas de los demás, por leves que estas sean, llamarse a engaño. No debería abusar de la paciencia de los ciudadanos y pensar que éstos siempre y sistemáticamente, le van a perdonar todas sus presuntas corruptelas, mayores o menores, textiles o contractuales.

Parece extraño que no hayan tomado nota de lo que le pasó a José María Aznar al que una mentira(odiosa palabra para un político) contumaz le costó perder unas elecciones y no el atentado del 11-M como también torticeramente se han empeñado en decir hasta la saciedad.

Tengan pues más respeto Rajoy, Cospedal y Soraya (a ella todos la tuteamos) a los electores y aplique en su casa el rigor que exigen con tanta iracundia para las moradas ajenas. No se enroque el PP en presunciones de inocencia y en que existen manías persecutorias y conspiraciones judeo masónicas porque eso, antes o después, acaba pasando factura.

Y es, precisamente una factura, lo que lo hubiera arreglado todo. El señor Francisco Camps, presidente de la Comunitat Valenciana debería haber puesto punto y final hace mucho tiempo a todo este asunto y presentar, si es que las hay, las facturas o los recibos que demuestren fehacientemente que pagó los trajes de su bolsillo y si no fue así, pues asumir las responsabilidades políticas que, como bien dice Inés Sabanés, no siempre tienen por qué ir de la mano.

Pero, tanta cerrazón, tanto esquivar, eludir, entorpecer, sortear y amagar con que se va a decir lo que nunca se acaba de decir no es un buen síntoma. Da la impresión de que el PP está tratando de ganar tiempo para encontrar algo y dar carpetazo a la cuestión.

Algo parecido a lo que pasa en Madrid, donde tampoco aparecen contratos ni justificantes de contratos, ni nada de nada y eso que doña Espe pide, hasta de rodillas que el tesorero Bárcenas sea bueno y cuente todo lo que sabe de ella.

Bueno, por lo menos los periódicos podrán seguir llenando sus páginas este verano.