jueves, febrero 04, 2010

JUBILADO: UNA CARGA PARA EL ESTADO

De entre las abundantes barbaridades que se han dicho al hilo de la propuesta del gobierno de retrasar la edad de jubilación hasta los 67 años, que han sido sonadas y sustanciosas, la más grosera, por el trasfondo que tiene, es una expresada esta misma semana por el ministro de Fomento, José Blanco, conocido también popularmente como Pepiño.

Como lo he oído de su boca y no por intermediario alguno, no me cabe la más mínima duda sobre lo afirmado, ni existe la posibilidad de que me haya llegado una versión manipulada con intención de desprestigiar al hacedor de la frase.

El ilustre Pepiño soltó, sin que pareciese sufrir la más mínima tribulación en su ánimo, ni estar bajo los efectos del orujo, que en los años sesenta la esperanza de vida de los ciudadanos españoles era de unos 70 años y, por tanto, al jubilarse a los 65, el estado sólo tenía que cargar con las pensiones durante cinco años.

Pero, y reproduzco con fidelidad las palabras de Pepiño, ahora la esperanza de vida se ha alargado, en unos 15 años y la edad de jubilación es la misma, con lo que el estado tiene que pagar las pensiones durante mucho más tiempo. ¡Vaya por Dios!

Si yo fuera un malpensado, que no lo soy, estaría legitimado para deducir que a Pepiño y, por tanto al gobierno y al partido que representa, lo que le molesta es tener que pagar esos 10 años más porque supone una carga excesiva para la seguridad social.

Y, como no parece factible cargarse a un montón de pensionistas mediante algún procedimiento ilegal, pues lo más sensato es alargar la vida laboral todo lo posible para que, con un poco de suerte, se acerque a la edad de fallecimiento.

Repito que no soy mal pensado y atribuiré a la escasa capacidad intelectual del tal Pepiño semejante afirmación porque, sólo esta interpretación, puede evitar que semejante barbaridad no tenga la respuesta contundente que merecería y que podría encargar a doña Espe, notoria experta en insultos y groserías varias, aunque tratándose de su amado Pepiño es posible que el insultado fuese yo.

Es triste comprobar como, al final, lo que parecía un logro de la ciencia, de la medicina, de la mejor alimentación, del esfuerzo de muchas personas de este país, tal y como es alargar la expectativa de vida y, consecuentemente, poder disfrutar en mejores condiciones la merecida jubilación, se ha convertido para Pepiño en un problema de Estado.

Habría que recordar a este notable dirigente del PSOE que todos esos pensionistas que se empeñan en vivir más años, han estado contribuyendo durante mucho tiempo de actividad laboral a engrosar la tesorería de la Seguridad Social para poder cobrar una pensión que les permita vivir con un poco de dignidad. Es decir se trata de una conquista social, no de un regalo de Pepiño.

Pero tal vez, si yo fuera un malpensado, llegaría a la conclusión de que la dignidad es un concepto extraño a Pepiño. Como no lo soy, supongo que lo que le faltan son luces y, por tanto, está de sobra en el gobierno.

Ahora, que tal y como están las cosas, no me extrañaría que dentro de unas semanas veamos en algún periódico o, incluso en la televisión pública, algún anuncio que rece más o menos así:

Muérase al jubilarse, es mucho mejor. Gobierno de España.

domingo, enero 31, 2010

¿LIBERACIÓN?

Se rememora estos días la liberación del campo de concentración de Auschwitz. Creo, sin embargo, que la palabra liberación no es la más adecuada para definir la llegada del ejercito soviético y lo que allí descubrieron, al menos en el sentido que le solemos dar a al concepto liberar.

No querría que se entendiese lo que acabo de escribir como una simple aclaración lingüística, una especie de pedantería semántica. No, en absoluto. Lo que quiero transmitir es una reflexión sobre el verdadero sentido de Auschwitz en la historia de la humanidad, del que nadie se puede librar.

Ciertamente, las personas que superaron físicamente ese horror, fueron libertadas, algunas volvieron a sus casas, a sus pueblos y ciudades, pero esto no significa ser libre en absoluto.

Recuerdo ahora, el maravilloso libro (decidme cómo es un árbol) del poeta Marcos Ana, quien acaba de cumplir 90 años. Esta obra es, en mi opinión, la confirmación de lo que expongo. Marcos Ana, sin el más mínimo ápice de rencor, algo que algunos le han reprochado, no ha podido liberarse, ni siquiera desde el perdón, de su paso por las cárceles del franquismo.

Salvando las distancias, el caso, en cuanto a experiencia vital, viene a ser el mismo. La mayor parte de los sobrevivientes de los campos nazis no han logrado jamás superar (liberarse) del horror.

En segundo lugar está la cuestión cuantitativa: muchos comparan el régimen nazi con otros que han cometido iguales o peores genocidios. Sólo tienen en cuenta, cínicamente, su aspecto numérico y, guiados por su aversión por ejemplo al comunismo, frívolamente equiparan a Stalin con Hitler; Auschwitz con el GULAG..

Recurren, al igual que los nazis, a algo tan peligroso como es banalizar el mal, de forma que el horror del nazismo quedaría minimizado por el provocado por Stalin, Pol Pot o Mao.

Nada más lejos de mi ánimo que justificar a Stalin, pero la comparación con Hitler resulta inadmisible para quienes entendemos que el nazismo es la maldad en si misma, al margen de quienes sean los encargados de ejecutar sus siniestros planes.

Como asegura la profesora Anna Rubio Serrano, en su libro “los nazis y el mal”, éstos lograron lo que nadie había conseguido hasta entonces: borrar de los hombres la conciencia del mismo mal. Los verdugos no tenían el más mínimo problema en actuar como lo hacían porque se había eliminado el concepto del mismo mal y la distinción del bien. Por eso Auschwitz pudo suceder.

Es verdad que en nombre del comunismo se han causado males enormes, en del cristianismo y el Islam tantos o más. Pero, en caso alguno, y esta es la diferencia esencial, se trata de doctrinas que busquen deliberadamente el exterminio, la supremacía racial, la aniquilación entera de pueblos.

En su génesis, buscan liberar a la persona y crear una sociedad totalmente justa e igualitaria, algo que, sin ir más lejos, detestaban lo nazis. Aquí si es el factor personal el que influye en el resultado, de modo que Stalin, Pol Pot y Mao, son criminales “per se” y no necesitan apoyarse en teoría alguna, aunque ellos tengan que teorizar para justificar sus crímenes.

Por el contrario, no había la más mínima duda de lo que pretendía el nacional socialismo. Basta con leer el libro de Hitler (mi lucha) para concluir que todo lo que pasó estaba previsto y se sabía perfectamente quienes iban a ser la víctimas. Por tanto, los nazis, no tienen la necesidad añadida de distorsionar ni justificarse con teoría alguna.

Así pues, Auschwitz no es producto de la guerra, no es causa de la deslealtad o del “error” de alguien concreto que se “excedió”, no es una aberración casual en un momento de confusión, no es la actuación de un enfermo mental. Auschwitz es el resultado necesario y deliberado de toda una planificación y ejecución absolutamente perfectas.

Por eso, en estos días de rememoración, debemos estar muy atentos a lo que opinan, escriben, dicen y hacen aquellos que ahora, bajo el amparo de la Ley, lo mismo que hicieron los nazis, quieren volver a dar carta de naturaleza a todo aquel horror.

Hoy, quizás, no sea en un pequeño pueblo en la Polonia ocupada, pero puede ser en algún pueblo de la culta Catalunya o en la llanura madrileña.