lunes, abril 05, 2010

LOS MALOS PASTORES


 
La Iglesia Católica, o al menos quienes se consideran universalmente su cúpula dirigente, pues como monarquía absoluta que es, no hay posibilidad de discutir su poder, ha reaccionado de una forma escandalosa y decepcionante ante la crisis que han originado los numerosos casos de pederastia que se han descubierto, y que han sido durante años, silenciados, ocultados y tolerados por quienes tenían la obligación de poner más cuidado en apacentar el rebaño.

No sé, si desde la perspectiva de los creyentes que pertenecen a esa secta, será peor el escándalo que puede producir en su fe la desvergüenza de esos sacerdotes que han cometido ese horrible pecado que es, y esto no debe olvidarse bajo circunstancia alguna, un delito castigado severamente en las leyes penales, o la actitud de la jerarquía que se ha limitado a decir que quien esté libre de pecado que lance la primera piedra. Pero personalmente me da igual.

Porque la cuestión esencial es que, lejos de reconocer los hechos y pedir perdón a todos los afectados; entregar a los tribunales ordinarios a quienes han delinquido y evitar, en la medida de lo posible, que algo tan terrible vuelva a suceder, lanzan con el viejo sistema del ventilador la porquería para que nos salpique a todos.

Grave, muy grave actitud viniendo de quienes tienen por costumbre ser inflexibles con las “flaquezas” de los demás, incluidas aquellas de sus ovejas que alguna vez hemos “caído” en el pecado. Y casos hay abundantes en la historia, desde la masacre de los cátaros, hasta las sanciones contra Hans Küng o Ernesto Cardenal, pasando por todos los seguidores de la teología de la liberación.

Pero, al margen de eso, hay, además, una segunda cuestión que no nos debe dejar indiferentes porque en ella se encuentra el meollo de la cuestión. Al señalar a todos con el dedo acusador, el catolicismo oficial lo que pretende es equiparar el concepto del pecado con el del delito, de forma que considera que con la expiación del pecado y el perdón de “su” iglesia al pecador, se produce automáticamente la redención de la pena que pudiera corresponder por el delito.

La cuestión es que la jerarquía Católica jamás ha aceptado su separación del Estado. Sencillamente cree que aún tiene la potestad de organizar la sociedad de acuerdo con sus cánones y con sus preceptos morales, sean estos referidos a materia económica, a moral sexual, a reproducción, a las relaciones laborales, o a cómo debe evolucionar la ciencia, porque hay que reconocer que tienen respuesta para casi todo.

De forma que, bajo esa perspectiva, correspondería a la iglesia decir lo que es bueno y lo que no y, aún más grave, señalar que es lo que se debe castigar de acuerdo con su doctrina o lo que debe ser objeto de punición de acuerdo con las leyes de los estados. En resumen volver a la Edad Media.

De forma que, haciendo salvedad de su especial gravedad, los casos de pederastia que se han descubierto no son más que la punta del iceberg de todo un entramado en el que se confunden los términos. La iglesia está formada por hombres sujetos, como todos los demás, a la ambición, al gusto por el dinero, al poder temporal, al sexo, a la violencia y a todo tipo de corrupciones.

Pero, precisamente porque está formada por hombres y mujeres de carne y hueso, es por lo que no pueden pretender escapar a la justicia secular y, de la misma forma que nosotros, incluso los que somos muy respetuosos con sus opiniones aunque nos parezcan disparatadas, no interferimos en cómo deben dirigir a sus ovejas, exigimos que ellos no eludan la acción de la justicia.