Hace muchos años me contaron un chiste -no muy bueno- en el que un amigo le decía a otro que su mujer le engañaba en el sofá de su casa. Al cabo de un tiempo, el engañado decía al avisador que ya había resuelto el problema. ¿Cómo? Había quitado el sofá.
Sirva este mal chiste para introducir un tema que, como diría mi buen amigo D. Kabileño, generará polémica y que sea ésta bien venida. Pero, el asunto de la prostitución y su anuncio en los periódicos, está alcanzando niveles de hipocresía sin límite.
Vaya por delante, antes de alguien me insulte, que en caso alguno defiendo a las mafias de la prostitución, ni la trata de personas, ni nada que tenga que ver con contrariar la voluntad de alguien para obligarla a hacer algo que no quiere. Pero de ahí a izar la bandera para impedir los anuncios de prostitución hay un trecho importante.
Y precisamente porque respeto la libertad individual, si alguien decide dedicarse a trabajar con su cuerpo y ofrecer servicios sexuales a cambio de dinero, no hay nada más que decir, siempre y cuando no incurra en algún delito, o sea, como el resto de los mortales en nuestras vidas respectivas.
Decir que la prostitución es una forma de machismo, es una inexactitud, en el mejor de los casos, porque si la decisión ha sido libremente tomada, no se ha producido una de las circunstancias que hacen necesarias el machismo y que es el desprecio por las mujeres y su sumisión. Creo que esto está bastante claro.
En el peor de los casos, podremos considerar que es un trabajo chocante pero no podemos impedir que quien lo desee así, lo efectúe. Además, a la larga, como siempre las mafias encontrarán los medios para seguir lucrándose de la protitución delictiva.
Repito que otra cosa es que se obligue a alguien a ejercer la prostitución contra su voluntad. Pero es que, en esa caso no se podría hablar de machismo, sino de una serie de delitos bien tipificados en los códigos penales de casi todo los estado del mundo.
Anunciarse en un diario como trabajadora o trabajador, que también los hay, del sexo no significa nada más que un medio de darse a conocer. De captar clientes para poder sobrevivir y tener ingresos.
O acaso pretenden convencernos los que no admiten anuncios de prostitución, lo que me parece perfectamente respetable, que aceptar anuncios del Banco “X” que participa en operaciones de apoyo a determinadas sectas religiosas o de blanqueo de dinero de narcos o de tráfico de armas no es una forma de admitir algo igualmente criticable.
¿O admitir publicidad de empresas que explotan el trabajo infantil o contaminan no es indigno? ¡Venga ya!
Es posible que se tenga que reconsiderar el texto de los anuncios, a veces demasiado osados o incluso perniciosos, para algunas personas. Pero creo que con eso es suficiente. Parece que, en el fondo, nos sigue ofendiendo el sexo.
El problema es que seguimos viendo a las prostitutas como víctimas del sistema. Esto es un error terrible como muchas de ellas, la verdad es que con escaso éxito, se encargan de señalar desde diferentes colectivos.
Persigamos con firmeza la delincuencia, la esclavitud sexual, la trata de personas para su explotación sexual pero dejemos trabajar libremente a quien haya elegido esa profesión para hacer de ella, por extraño que nos pueda parecer, su modus vivendi.
Y, vamos a dejar de dar lecciones de moralidad y aplicar una óptica estrecha en este asunto porque podríamos encontrar miles de ejemplos mucho peores que podrán avergonzar a quienes quieren imponer la censura. No se trata que quitar el sofá para que no se vea, se trata de acabar con la injusticia que lleva a muchos a tener que hacer lo que no quieren.