miércoles, agosto 17, 2011

QUE NO ME ESPERE


Estoy seguro de que la ultra reaccionaria Conferencia Episcopal Española no está detrás del ciudadano mejicano que, presuntamente, quería atentar contra los participantes en la manifestación laica que se va a celebrar en Madrid con motivo de la visita de Joseph Ratzinger a esta capital. Estoy convencido.


De lo que no estoy tan seguro,  y me gustaría enormemente equivocarme, es de que esa misma jerarquía del catolicismo oficial hispano,  aproveche tal circunstancia para hacer una declaración solemne, como corresponde a tal institución, condenando sin dudas y sin posibles justificaciones semejante pretensión. Una especie de reconocimiento al derecho a la discrepancia activa.


Ciertamente, no se debe culpar a toda la Iglesia de los desmanes que pueda cometer unos de sus fieles o de sus adeptos. Pero, por contra, si se le puede reprochar su pasividad ante determinados hechos. Y esto viene de lejos.


La actitud, aún hoy, de la jerarquía hispana ante acontecimientos tan deleznables como el franquismo, es fuente de choque permanente con quienes, incluso desde el cristianismo, defendemos la necesidad de que la Iglesia condene sin paliativos ese régimen y todas sus consecuencias.


No se podrá dar una relación de confianza entre los ciudadanos y el catolicismo mientras persista esa actitud obscena de resistencia a condenar y en tanto en cuanto la Iglesia no acepte que España ha dejado de ser católica y que esto es un hecho irreversible, incluso aunque muchos se declaren formalmente adscritos a esa confesión.


Por lo tanto, harían bien los jerarcas de la Conferencia Episcopal en dejar de una vez por todas de intentar imponer su moral a los demás. Evidentemente tienen todo el derecho del mundo a predicar y lograr adeptos, siempre y cuando esto se haga dentro de las leyes y del respeto a quienes no lo quieren hacer bajo concepto alguno.


Y, precisamente, hay que empezar por separar claramente lo que está dentro de las leyes y lo que constituye exclusivamente un pecado. Es verdad que veces coincide pero, no es menos cierto, que, muchas veces, el silencio clamoroso de la Iglesia española ante situaciones inadmisibles hace que muchos se separen de ella y la acusen con toda la razón de hipócrita y cavernaria.


Me gustaría, como cristiano, una condena taxativa de la usura de los bancos y sus clausulas abusivas, me gustaría oír un mensaje claro de condena del recorte de las políticas sociales, me gustaría sentir más proximidad con los que sufren algún tipo de dependencia,  me alegraria ver a la Iglesia junto a los desahuciados de sus casas.


No me gusta escuchar ni con quién, ni cómo,  ni para qué,  debo tener relaciones sexuales. No me gusta escuchar grandes proclamas ostentosas, en plena crisis, carentes de humildad, no me gusta que se pretenda excluir a las mujeres por su condición femenina. No me gusta que se persiga con saña a aquellas quienes abortan, sin el más mínimo sentido de la caridad.


Pero, pese a todo, quiero aclarar que en mi opinión son pocos los que se oponen a la visita de Ratzinger a España,  porque le asiste el derecho de asistir a donde quiera en misión pastoral,  en visita privada o como simple turista.


Por lo tanto,  me parece absolutamente erróneo calificar desde los medios de comunicación  la manifestación laica como una protesta contra la visita en cuestión, sino una protesta contra la implicación de un estado constitucionalmente aconfesional que con esta actitud, que traspasa con mucho los límites de la mera cortesía, incumple de forma patente la Constitución.

Creo que esa calificación es esencialmente manipuladora con la deleznable intención de  deslegitimar el derecho de la ciudadanía a manifestar sus oponiones y presentar a los participantes como come curas intolerantes.


A mi si me hubiera gustado poder decir que espero a Ratzinger porque me va a decir algo nuevo, algo solidario, algo reconfortante en un mundo tan complicado. Como sé que no va a ser así, que no me espere.





domingo, agosto 14, 2011

ELOGIO DE LA CORDURA

He seguido estos días con mucha atención los acontecimientos que han sucedido en varias ciudades de Inglaterra en las que se  han producido estallidos de violencia que, desgraciadamente, han costado un saldo de cinco muertos, al que hay que sumar el del joven negro cuya muerte fue,  supuestamente,  el detonante de todo lo acontecido después.

Como Jamás he condenado la violencia “venga de donde venga”,   por la sencilla razón de que me parece una memez,  tampoco tengo la necesidad de asumir como buena la violencia en sí misma,  es decir,  cuando,  en vez de ser un medio para lograr algo,   se convierte en  un fin que no pretende nada más que eso:  violencia indiscriminada e ineficaz.

Hasta tal punto es inútil esa violencia,  que logra precisamente lo contrario (si no es finalmente lo que en realidad pretende) de lo que argumenta como finalidad.  De tal modo que la mayor parte de la ciudadanía rechaza categóricamente estos hechos,  y los motivos que la  generan pasan a olvido, por muy justos que fueran.

¿Quién se beneficia de este olvido?  Precisamente quienes son los mayores responsables de la degradación social que da lugar a la protesta.  En el caso que me ocupa,  un tipo como Cameron ha logrado un apoyo masivo, incluido el de  ciudadanos que han salido a colaborar para retirar de las calles las pruebas de los incidentes.  ¿Son todos manipulados,  desinformados y de derechas?

Resulta curioso como esos grupos, seguramente sin ideología,  al final le hacen el trabajo a las fuerzas más conservadoras y logran santificar la represión y que aumenten los partidarios de la mano dura.  Pero, a poco que se repase la historia, se podrá comprobar que siempre ha sido así. 

Es innegable que al albur de una situación inadmisible que,  por cierto,  no se ha producido de la noche a la mañana,  se han sumado delincuentes que nada tienen que ver con la misma. Y estos son los virus que han  infectado  un cuerpo social sano y digno,  que reivindica no privilegios, sino justicia.

Me ha parecido especialmente emotivo el mensaje del padre de uno de los chicos musulmanes atropellados deliberadamente en una gasolinera cuando querían proteger sus negocios.  Ha hecho un llamamiento a la serenidad y a no cometer barbaridades en su nombre.  Tal signo de cordura sólo merece un elogio y una reflexión.

Decía que no rechazo la violencia venga de donde venga y lo reitero.

La mayor violencia es la que ejerce el Estado sobre los ciudadanos como hemos podido comprobar en estos últimos meses en la mayor parte de los países europeos cuando aplasta sus derechos sociales.  Ciertamente.  Y contra esto hay que luchar, sin duda. El problema es de qué forma.

Cómo podemos luchar contra esta situación tras varios años de progresivo anquilosamiento, de pérdida de la identidad política, de desmovilización social y de desideologización.

La realidad nos indica que,  pese a lo que sucede,  muchos trabajadores votan masivamente a los partidos que después destrozan sus derechos sociales. 

El problema está en que hemos aceptado sin más las reglas de juego del sistema,  las hemos dado carta de naturaleza y hemos condenado cualquier otra forma de hacer “democracia”, más allá de  lo meramente institucional.

El sistema se ha blindado contra cualquier forma de lucha de tal forma que,  por ejemplo,  la Constitución española prohíbe taxativamente la huelga por motivos políticos. Es decir los ciudadanos estamos atados de pies y manos por nuestra propia voluntad.

Además,  en los "estados de derecho" occidentales,  se ha pactado que el monopolio de la violencia lo detente el estado,  que se nutre de todo tipo de fuerzas represivas, en teoría para defender el orden constitucional,  es decir nuestros derechos, sin exclusiones.

Pero, si el Estado rompe unilateralmente ese acuerdo,  la ciudadanía queda automáticamente desligada de él y puede no cumplir sus compromisos. La violencia ya no sería monopolio del Estado.

Pero, atención,  no se trata de quemar tiendas de inmigrantes, ni de atropellar a nadie,  ni de robar pantallas de plasma, o lo que lleva en la mochila un joven herido;  se trata de utilizar la violencia con cordura,  allí donde el golpe es verdaderamente eficaz y debilite cada vez más al sistema.

Por eso,  y acabo, el movimiento 15M, que actúa con sosiego,  mide sus fuerzas y es un foro verdaderamente participativo,  pese a que haya algunas cuestiones por aclarar,  está llamado a remover las conciencias.  Su cordura también merece un elogio.