Un conspirador ocupa desde hace tiempo la presidencia del gobierno, un sujeto innoble que, apoyándose en el voto de los ciudadanos que esperaban un gobierno de orientación socialista, se encuentran con uno que obedece servil a los mercados y, cínicamente, asegura que es en beneficio de la Nación.
Me pregunto entonces ante esta situación, ¿hasta cuándo vas a abusar de nuestra paciencia ZP? ¿Por cuánto tiempo aún esta locura tuya va a seguir burlándose de nosotros? ¿No ves que tus planes están al descubierto?
Estas preguntas, dirigidas hace más de 2000 años al siniestro Catilina, sería perfectamente pertinente realizarlas hoy en cualquier foro al presidente del Gobierno español, quien en patente conspiración con los mercados, poco a poco va aniquilando los derechos de los ciudadanos en general y los de los trabajadores en particular.
Se trata, sin duda, de una verdadera conjuración que usa una crisis económica, que esas mismas fuerzas han desatado, para socavar del modo más infame derechos que parecían consolidados después de muchos años de esfuerzo, de lucha, incluso de sangre.
No le tiembla, como tampoco a otro insigne traidor, el pulso a la hora de los recortes de todo tipo, sabiendo que serán víctimas de ellos, precisamente quienes deberían ser los más protegidos. Deja a la intemperie de los mercados a los más vulnerables y protege a los grandes.
Y, en connivencia con las fuerzas de la derecha, que le apoyan con sus abstenciones calculadas, ha logrado el conspirador sacar adelante la mal llamada reforma laboral, calificada por los sindicatos como la ley laboral más regresiva de las últimas décadas. Y, aún, tenemos que soportar que el nuevo Catilina nos diga que es una ley que busca crear empleo. ¿No es esto un abuso de nuestra paciencia? ¿No es un insulto a nuestra inteligencia?
Tal vez sea esta ley la que más desenmascara al conspirador porque, desde ahora, desaparecen en la práctica todos los impedimentos, que ya eran pocos, para despedir a cualquier trabajador sobre la base de esas llamadas causas objetivas.
Es decir, que lo que ha hecho el Catilina de la Moncloa es facilitar el despido de trabajadores por cualquier motivo que pueda ser considerado causa objetiva, tales cómo son la previsión de pérdidas o la disminución de ingresos.
Claro que, como contrapartida, ofrece la posibilidad aceptar un recorte de salarios para evitar los despidos. Manos libres al empresario y chantaje a los trabajadores en nombre de la solidaridad, y del neopatriotismo socialista.
Aplauden los mercados la valentía de las medidas pero exigen más. Y el conspirador responde que tomará todas aquellas que sean necesarias, le cueste lo que le cueste. Curiosa forma de decir que van a caer sobre las espaldas de los ciudadanos toda clase de calamidades. ¿No es esto una burla?
Pero, ¿qué decir de sus necesarios secuaces en esta conspiración? No sólo los taimados voceros del capitalismo, sino los diputados del Psoe quienes no tienen el más mínimo pudor en apoyar, sin rechistar, sin sublevarse, unas medidas que los representantes de los trabajadores han calificado ya de agresión inadmisible. Ni una sola voz en esa organización se levanta para decir ¡basta!
Blanco, Salgado, Corbacho, Leire, Alonso, Solbes, Sebastián, Cháves, Guerra, entre otros muchos, sabed que vuestros nombres están vinculados para siempre a una de las etapas más deplorables de la historia reciente de este país. Junto con los testaferros los mercados, Díaz Ferrán y Mafo, habeís conspirado contra los ciudadanos.
No sé que le deparará al Catilina el futuro en la política aunque mi deseo es que jamas vuelva a ser presidente del gobierno, ni a participar en ella. Espero, eso sí, que la huelga del próximo 29 de septiembre sea un éxito rotundo, un rechazo absoluto, no ya sólo a una serie de medidas, contra las que posiblemente sea difícil luchar, sino una demostración unánime de que los conspiradores antes o después tienen el final que merecen.
Hay que decir no con claridad a los traidores y a la conspiración capitalista.