Jamás me arrepentiré de haber pertenecido al PCE; descarto totalmente que a estas alturas de mi vida cometa el error absurdo y odioso de caer en la fe del converso y pasarme al campo de la derecha más extrema, como les ha pasado a muchos ex comunistas. Sin embargo, si denunciaré sin tregua a aquellos que, en nombre de una idea liberadora, se dedican a oprimir y a asesinar impunemente.
Hace muy poco supimos de la muerte de Orlando Zapata, un ciudadano cubano que ha fallecido después de mantener una huelga de hambre durante 85 días. Ahora sabemos que en Corea del Norte, otro de los pretendidos paraísos, ha sido fusilado públicamente un ciudadano por hablar por un teléfono móvil y pasar información a Corea del Sur. ¿Qué información? ¡La situación de los precios del arroz!
En el caso de Zapata algunos han pretendido minimizar este hecho, con una serie de argumentos que producen vergüenza y más, si como afirman, se trata de personas que proceden del campo de la izquierda.
Seamos extremadamente generosos con los defensores de buena voluntad del régimen castrista. Admitamos que Orlando Zapata no era más que un delincuente común, que ya es mucho conceder, y que estaba en la cárcel por haber cometido delitos que nada o poco tienen que ver con la tiranía que soportan los cubanos. ¿Justifica eso su muerte? ¿Es menos culpable el régimen de su final? ¿No tiene el gobierno la obligación de velar por la vida de todos y cada unos de los ciudadanos?
Al final, es lo mismo que Zapata fuera un delincuente, un disidente o las dos cosas a la vez. Ante todo tenía derecho a conservas su vida con dignidad.
Esto no es una crítica al comunismo, ni a la revolución de Cuba, que me parece uno de los hechos más importantes del siglo XX. Es una condena tajante del gobierno de Raúl Castro que pisotea imponentemente aquello que precisamente quisieron desaterrar para siempre en su día los revolucionarios cubanos: la injusticia, la arbitrariedad, el terror, la opresión, la corrupción. Y esto, desgraciadamente, es lo que existe hoy en esa república.
¿Desde cuándo el comunismo puede significar lo que vemos en Cuba o en Corea? ¿Desde cuándo una idea liberadora, destinada a crear un hombre de nuevo tipo, puede servir para fusilar por hablar por un teléfono móvil?
Y para contestar a todas estas preguntas no me vale el argumento de que el capitalismo es peor; eso ya lo sé y no es esa la alternativa. Lo que esperaba es que el comunismo fuera mejor y lo que veo no me gusta. Tampoco sirven los famosos logros del régimen que, en Corea, no existen y en Cuba se están deshaciendo poco a poco.
No, no es este el tipo de comunismo al que aspirábamos.