He seguido estos días con mucha atención los acontecimientos que han sucedido en varias ciudades de Inglaterra en las que se han producido estallidos de violencia que, desgraciadamente, han costado un saldo de cinco muertos, al que hay que sumar el del joven negro cuya muerte fue, supuestamente, el detonante de todo lo acontecido después.
Como Jamás he condenado la violencia “venga de donde venga”, por la sencilla razón de que me parece una memez, tampoco tengo la necesidad de asumir como buena la violencia en sí misma, es decir, cuando, en vez de ser un medio para lograr algo, se convierte en un fin que no pretende nada más que eso: violencia indiscriminada e ineficaz.
Hasta tal punto es inútil esa violencia, que logra precisamente lo contrario (si no es finalmente lo que en realidad pretende) de lo que argumenta como finalidad. De tal modo que la mayor parte de la ciudadanía rechaza categóricamente estos hechos, y los motivos que la generan pasan a olvido, por muy justos que fueran.
¿Quién se beneficia de este olvido? Precisamente quienes son los mayores responsables de la degradación social que da lugar a la protesta. En el caso que me ocupa, un tipo como Cameron ha logrado un apoyo masivo, incluido el de ciudadanos que han salido a colaborar para retirar de las calles las pruebas de los incidentes. ¿Son todos manipulados, desinformados y de derechas?
Resulta curioso como esos grupos, seguramente sin ideología, al final le hacen el trabajo a las fuerzas más conservadoras y logran santificar la represión y que aumenten los partidarios de la mano dura. Pero, a poco que se repase la historia, se podrá comprobar que siempre ha sido así.
Es innegable que al albur de una situación inadmisible que, por cierto, no se ha producido de la noche a la mañana, se han sumado delincuentes que nada tienen que ver con la misma. Y estos son los virus que han infectado un cuerpo social sano y digno, que reivindica no privilegios, sino justicia.
Me ha parecido especialmente emotivo el mensaje del padre de uno de los chicos musulmanes atropellados deliberadamente en una gasolinera cuando querían proteger sus negocios. Ha hecho un llamamiento a la serenidad y a no cometer barbaridades en su nombre. Tal signo de cordura sólo merece un elogio y una reflexión.
Decía que no rechazo la violencia venga de donde venga y lo reitero.
La mayor violencia es la que ejerce el Estado sobre los ciudadanos como hemos podido comprobar en estos últimos meses en la mayor parte de los países europeos cuando aplasta sus derechos sociales. Ciertamente. Y contra esto hay que luchar, sin duda. El problema es de qué forma.
Cómo podemos luchar contra esta situación tras varios años de progresivo anquilosamiento, de pérdida de la identidad política, de desmovilización social y de desideologización.
La realidad nos indica que, pese a lo que sucede, muchos trabajadores votan masivamente a los partidos que después destrozan sus derechos sociales.
El problema está en que hemos aceptado sin más las reglas de juego del sistema, las hemos dado carta de naturaleza y hemos condenado cualquier otra forma de hacer “democracia”, más allá de lo meramente institucional.
El sistema se ha blindado contra cualquier forma de lucha de tal forma que, por ejemplo, la Constitución española prohíbe taxativamente la huelga por motivos políticos. Es decir los ciudadanos estamos atados de pies y manos por nuestra propia voluntad.
Además, en los "estados de derecho" occidentales, se ha pactado que el monopolio de la violencia lo detente el estado, que se nutre de todo tipo de fuerzas represivas, en teoría para defender el orden constitucional, es decir nuestros derechos, sin exclusiones.
Pero, si el Estado rompe unilateralmente ese acuerdo, la ciudadanía queda automáticamente desligada de él y puede no cumplir sus compromisos. La violencia ya no sería monopolio del Estado.
Pero, atención, no se trata de quemar tiendas de inmigrantes, ni de atropellar a nadie, ni de robar pantallas de plasma, o lo que lleva en la mochila un joven herido; se trata de utilizar la violencia con cordura, allí donde el golpe es verdaderamente eficaz y debilite cada vez más al sistema.
Por eso, y acabo, el movimiento 15M, que actúa con sosiego, mide sus fuerzas y es un foro verdaderamente participativo, pese a que haya algunas cuestiones por aclarar, está llamado a remover las conciencias. Su cordura también merece un elogio.