
Roberto Maroni
Mañana se cumplen 64 años del final de la Segunda Guerra Mundial (SGM), que finalizó con los lanzamientos de las dos siniestras bombas atómicas que, por mucho que se empeñen en los Estados Unidos, no tuvo la más mínima justificación. Fue sencillamente un genocidio más.

El final de la SGM (1939-45) se vivió como una auténtica liberación. No sólo por el cese de las hostilidades, sino porque con ese final se enterraba una de las doctrinas más tenebrosas, si no la que más que se han dado en la historia, y que durante 12 años causó, tal cantidad de víctimas que resulta difícil de creer.
Al final de la contienda se contabilizaron 55 millones de muertos, de los que la mitad eran ciudadanos soviéticos. A los que hay que sumar seis millones de judíos víctimas del holocausto. La mayoría creyó que el nacional socialismo moría en aquellos días del final de SGM.
Han pasado los años y, lo que hace algunos empezó a ser para mí una duda, es casi hoy una certeza: de alguna forma Hitler, el nazismo (con sus aliados y cómplices), no perdió la guerra y, aún mucho menos, fue enterrado. Sencillamente, como otras muchas cosas, se ha transformado, pero sigue ahí, atento, vigilante, al acecho para sembrar su veneno a la más mínima oportunidad.
Esta es la explicación de que un fascista como Roberto Maroni, ministro del Interior del también fascista Silvio Berlusconi, hayan podido llevar adelante, sin complejos, la nueva Ley de Seguridad que está en vigor desde ayer en Italia y que cuenta con la entusiasta colaboración de muchos ciudadanos que, como los nuevos voluntarios de Hitler, se prestan a patrullar las calles en busca, captura y denuncia, del inmigrante ilegal.
Una Ley que permite multas de varios miles de euros a quienes lleguen ilegalmente, encarcelamientos, retenciones de hasta seis meses y expulsiones sin más del territorio europeo, para todo aquel que no tenga los papeles en regla. ¡Y ay de aquel que ose ayudarlos!
No soy tan necio como para no entender que la inmigración ilegal es un problema importante (esencialmente humanitario) y que a determinados países les afecta más que a otros. Tampoco ignoro que entre la gran cantidad de personas que llegan a la Unión Europea en busca de trabajo, hay algunos que son auténticos delincuentes. Evidentemente estas situaciones requieren de alguna solución que respete los derechos humanos y evite, la explotación de cualquier tipo del inmigrante. Es posible que para asegurar mejor sus derechos haya que establecer algún tipo de regulación.
Y considero que precisamente requiere esta cuestión de una pronta solución para evitar que estos grupos cada vez más numerosos de nazis y fascistas nos puedan imponer a los demás, desde la más absoluta legalidad, la suya: la represión brutal. Quizá sea un error esconder la cabeza debajo del ala y limitarnos a la palabrería de siempre.
Porque esa táctica miope de la Izquierda italiana, y de la europea en general, hace que una gran parte de los ciudadanos sólo acaben por ver la parte negativa de la inmigración: los problemas de convivencia, el choque cultural, el desconocimiento mutuo etc., que indefectiblemente atizan el miedo y con ello, las soluciones extremas.
Hace 60 años Hitler proclamó los judíos eran los causantes de todos los males de Alemania y del mundo y se propuso exterminarlos; hoy Maroni dice que hay que acabar con la inmigración ilegal; en el Reino Unido han logrado ¡los sindicatos! que las empresas den preferencia a los trabajadores locales frente a los inmigrantes; en Francia, país de acogida por excelencia, la inmigración es cada vez peor vista y se establece un cordón sanitario a su alrededor.
¿Y, en España? También aquí se oyen voces que señalan que hay que poner coto a la inmigración ilegal. Vienen desde donde siempre. Precisamente de los sectores que más se benefician de su existencia. La xenofobia se extiende y las agresiones empiezan a ser frecuentes. El PP, partido con claras opciones de gobernar se pone a la cabeza de esta idea y machaca con ella constantemente: problemas de seguridad, convivencia y el efecto llamada...
Urge, y mucho, que la Izquierda despierte de una vez y asuma este asunto como prioritario a la hora buscar y dar una solución civilizada, antes de que los efectos del virus nazi-fascista empiecen a extenderse sin remedio entre una sociedad asustadiza, porque Berlusconi y Maroni, no han asaltado el poder, no han dado un golpe de estado, no están en el poder tras una marcha sobre Roma, lo han tomado legalmente con el respaldo de la mayoría, igual que Hitler en 1933.